lunes, 13 de abril de 2009

Gracias por los niños

Mañana lunes (o mejor dicho, hoy lunes) tengo que entregar un trabajo de Historia Moderna que me trae de cabeza. Tiene muchísimo peso en la asignatura, es algo así como el trabajo final de la asignatura. En mi caso, es una especie de estudio comparado sobre las políticas asistenciales del mundo católico y el protestante en la edad moderna. 

Llevo una Semana Santa de locos, diciendo "no tengo tiempo" a casi todo y a casi todos. Por eso, cuando hoy me llamaron para preguntarme si podía echar un ratillo trabajando de canguro, estuve a punto de decir que no. Pero pensé que no me vendría mal apartarme una hora de los libros. Además, hoy no eran unos niños cualesquiera, eran "mis niños", y sé que con ellos siempre paso un buen rato. 

Hoy los he llevado al parque. Yo hoy era Amidala; el más pequeño era Anakin; y el más mayorcito, un cazarecompensas que nos perseguía por toda la galaxia intentando asesinarnos. Por azares del destino, en Naboo nos encontramos cara a cara con nuestro perseguidor, y descubrí que el cazarecompensas no era otro que un ex novio mio que se había pasado al lado oscuro y que nunca había superado que lo nuestro se acabara. ((Es mi obligación señalar que nada de esta historia fue añadido por mí. Ellos son los únicos "guionistas" de nuestros juegos, yo me dejo llevar)). Si George Lucas considerara versionar Star War al estilo telenovela, debería hablar con mis niños. 

Me lo estaba pasando tan bien que, literalmente, se me pasó el tiempo volando. La hora que me había pedido la madre de los niños, por eso de que yo tenía que hacer un trabajo muy importante y blablabla, se había convertido en hora y media cuando miré el reloj al volver de "una galaxia muy lejana". 

El caso es que, después de llevarlos de vuelta a su casa, y volviendo yo a la mía, me di cuenta de que iba por la calle sonriendo así porque sí. 

Quiero dar las gracias a Dios por los niños. Quiero darle las gracias porque son un remanso de inocencia y de ternura que no debería faltar en la vida de ningún ser humano. 

Lo único que me da pena es pensar que dentro de algunos años, y cada vez más rápido, mis niños crecerán y ya no serán niños. Ya no querrán jugar conmigo, aunque ellos me juran que siempre querrán, incluso cuando sean mayores. Pero ellos no saben que llegará el día en que no me necesitarán. Les llegará la edad del pavo y a lo mejor hasta se avergüenzan de los absurdos juegos a los que jugaban con su niñera. 

Bueno... no pasa nada. Yo voy atesorando con ternura cada tarde que vuelvo con las medias manchadas de arena del parque, oliendo a una mezcla extraña entre plastilina y chocolate, y sonriendo como una tonta, como hoy volvía a casa. Seguramente tendré que esperar a que sean ya un poco mayorcitos para darles las gracias a ellos directamente por todos aquellos días que volví a casa habiendo dejado atrás mis problemas, en algún lugar entre las cosquillas y las carreras por el pasillo.