Los traductores e intérpretes son personas que han renunciado a sus propias voces. (Javier Marías).
Entiendo a qué se refiere, pero no me gusta verlo así.
Siempre nos han dicho que nuestro producto, oral o escrito, será bueno en la medida en que los traductores/intérpretes seamos invisibles. Es decir, que el lector ni siquiera se pregunte si el texto que está leyendo fue escrito antes en otra lengua o, en el caso de la interpretación, que el público llegue a identificar tu voz con la del orador.
No es que me guste la idea de ser invisible, pero creo que es preferible a las connotaciones tan chungas que suscita en mi mente eso de "renunciar a nuestras voces". ¿No?
2 comentarios:
Algo parecido ocurre en arquitectura, pero justo al contrario.
Cuando se plantea intervenir en un edificio el arquitecto hace acopio de ego y pretende que se note que él ha pasado por ahí. De hecho, está estipulado por ley que una intervención debe notarse, ya sea en las formas o en los materiales. Dicen que "para no llevar al engaño". O sea, que mejor que de invisibilidad nada.
Cuando se restaura un cuadro estas cuestiones no existen. Cuando se traduce o se rehabilita un edificio, tampoco deberían.
Creo que el Marías es un poco exagerado.
Es verdad que cuando traducimos/interpretamos no debemos tener voz, porque nuestra tarea no es esa. Pero lo mismo pasa con todos los otros trabajos. Si estás poniendo ladrillos no debes ponerte a escribir poemas, o a filosofar sobre cómo la navidad es solo comercial y cosas así; ya filosofarás cuando estés en casa.
También creo que puedes decir lo que quieras sobre cualquier trabajo, desde que los traductores son personas que han renunciado a su propia voz, hasta que son el medio por el que el mundo se entiende y es capaz de funcionar. Según se mire, cualquier trabajo puede ser el más importante del mundo (solo que unas veces tienes que comerte más la cabeza que otras).
Publicar un comentario