Tal vez era una ilusión, un espejismo, pero todos creíamos que esa amistad sería para siempre. Nos reunió el azar. Teníamos 13 años y por primera vez encontramos a gente de nuestra edad con las mismas expectativas, con los mismos gustos, con las mismas inquietudes. Un grupillo de aspirantes a bohemios preadolescentes. Nos enamoramos unos de otros, nos juramos amistad eterna pese a la distancia y al tiempo. Nombramos al Olvido archienemigo oficial y nos despedimos llorando con un "hasta el verano que viene".
Efectivamente, los veranos siguientes "Los Pepsi 1 hora menos en Canarias" (que así es como nos auto-denominamos el verano del 2002, por un cúmulo de bromas completamente absurdas pero entrañables para mí) se reunieron, aunque no en su totalidad. Siendo cada uno de una punta de España, el grupo se fue disolviendo. Era imposible que nos reencontráramos los 13, pero un pequeño grupo persistió. Cada año nos asombrábamos de cómo habíamos crecido, por dentro y por fuera. Los niños se hicieron jóvenes, se enfrentaron a problemas, tuvieron sus primeros amores "serios", y se lo contaban entre ellos de verano a verano.
El verano comenzó a significar para esos niños-adultos una sola cosa: reencuentro. A partir de aquel primer verano, no concebíamos el verano sin vernos. Cada año tocaba en casa de alguien diferente. Conocer a los amigos de nuestros amigos, sus vidas, sus casas, sus costumbres, era fantástico. Con ellos he vivido algunos de los momentos más intensos de mi vida. Reír hasta que me duele la barriga con las bromas de Iván, sentir la pura esencia del verano en un pueblo perdido del prepirineo, tener certeza absoluta de Dios al mirar con Laura al cielo más estrellado que he visto en mi vida, incluso pelearnos y darnos cuenta de que la convivencia es difícil por la sencilla razón de que somos como una familia, con sus cosas buenas y sus cosas malas...
He crecido mucho con ellos. Los he querido y los quiero mucho, y aunque ese lazo se debilite, nunca en la vida desaparecerá.
Este verano ha sido el primero que no nos hemos visto. Viajes familiares, exámenes hasta bien entrado julio, problemas personales... Este verano nos han ganado. Y no puedo evitar sentir una especie de ausencia, de falta de algo. La palabra exacta en este momento solo me viene en italiano: mancanza. Simplemente, los echo de menos.
Al fin y al cabo es Navidad y tampoco puedo evitar acordarme de ellos, de sus familias, de sus carreras, de sus aficiones, de ¿qué estarán haciendo ahora mismo? y ese tipo de cosas.
Bueno... ya conocéis la historia de los Pepsi. Ocupan una parte muy grande en mi corazón. Quien sepa la historia completa (incluídos trapos sucios, bromas etc.) es porque me conoce muy bien y está harto de oír batallitas veraniegas. Saber de los pepsis es saber una parte muy grande y preciosa de mis recuerdos y de mi vida. Os dejo este vídeo para ilustrar con imágenes todo lo que he contado. Se lo regalé a Laura por su cumpleaños el año pasado. Espero que no le importe...
pd: La canción, "La playa" de La Oreja de Van Gogh, significa mucho para este grupo de amigos. Nos sentimos identificados casi con cada frase. Será una cursilada, pero es "nuestra canción". Ahí va.
Efectivamente, los veranos siguientes "Los Pepsi 1 hora menos en Canarias" (que así es como nos auto-denominamos el verano del 2002, por un cúmulo de bromas completamente absurdas pero entrañables para mí) se reunieron, aunque no en su totalidad. Siendo cada uno de una punta de España, el grupo se fue disolviendo. Era imposible que nos reencontráramos los 13, pero un pequeño grupo persistió. Cada año nos asombrábamos de cómo habíamos crecido, por dentro y por fuera. Los niños se hicieron jóvenes, se enfrentaron a problemas, tuvieron sus primeros amores "serios", y se lo contaban entre ellos de verano a verano.
El verano comenzó a significar para esos niños-adultos una sola cosa: reencuentro. A partir de aquel primer verano, no concebíamos el verano sin vernos. Cada año tocaba en casa de alguien diferente. Conocer a los amigos de nuestros amigos, sus vidas, sus casas, sus costumbres, era fantástico. Con ellos he vivido algunos de los momentos más intensos de mi vida. Reír hasta que me duele la barriga con las bromas de Iván, sentir la pura esencia del verano en un pueblo perdido del prepirineo, tener certeza absoluta de Dios al mirar con Laura al cielo más estrellado que he visto en mi vida, incluso pelearnos y darnos cuenta de que la convivencia es difícil por la sencilla razón de que somos como una familia, con sus cosas buenas y sus cosas malas...
He crecido mucho con ellos. Los he querido y los quiero mucho, y aunque ese lazo se debilite, nunca en la vida desaparecerá.
Este verano ha sido el primero que no nos hemos visto. Viajes familiares, exámenes hasta bien entrado julio, problemas personales... Este verano nos han ganado. Y no puedo evitar sentir una especie de ausencia, de falta de algo. La palabra exacta en este momento solo me viene en italiano: mancanza. Simplemente, los echo de menos.
Al fin y al cabo es Navidad y tampoco puedo evitar acordarme de ellos, de sus familias, de sus carreras, de sus aficiones, de ¿qué estarán haciendo ahora mismo? y ese tipo de cosas.
Bueno... ya conocéis la historia de los Pepsi. Ocupan una parte muy grande en mi corazón. Quien sepa la historia completa (incluídos trapos sucios, bromas etc.) es porque me conoce muy bien y está harto de oír batallitas veraniegas. Saber de los pepsis es saber una parte muy grande y preciosa de mis recuerdos y de mi vida. Os dejo este vídeo para ilustrar con imágenes todo lo que he contado. Se lo regalé a Laura por su cumpleaños el año pasado. Espero que no le importe...
pd: La canción, "La playa" de La Oreja de Van Gogh, significa mucho para este grupo de amigos. Nos sentimos identificados casi con cada frase. Será una cursilada, pero es "nuestra canción". Ahí va.
1 comentario:
ains tia, que bonito, esas cosas unen... ains, acabo de ver los veranos delante mia al estilo hollywood... ojala os encontreis este verano.
feliz año preciosa!!!
nos vemos en menos que se dice una semana!
muaksss
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