miércoles, 17 de septiembre de 2008

Sueño absurdo número n

Hace dos noches tuve uno de esos sueños de los que no te quieres despertar... uno de esos sueños de los que te desvelas y vuelves a cerrar los ojos con la inútil esperanza de que tu subconsciente siga el hilo.

Yo era cocinera de un campamento.

Pero no era un campamento de niños salvajes, ni había que cocinar para 70 personas. Era un campamento de unas 20 personas, y lo más chulo es que eran una banda de detectives.

Ellos llegaban de noche de hacer sus cosas chungas y se encontraban un plato de comida caliente en la mesa. Lo mejor de todo es que no eran para nada exigentes, de hecho una noche me pidieron que hiciera revuelto de patatas (ya verás tú) con las patatas que habían sobrado del día anterior, que decían que estaban muy buenas. Eran super amables.

*Creo que este post le quita mucha seriedad al blog, pero lo siento, tenía que contarlo, me ha encantado soñar esto y ojalá recordara más detalles.

**Sospecho que este sueño está "levemente" influenciado por la lectura de un libro que recomiendo: Una noche de perros, de Hugh Laurie.

martes, 9 de septiembre de 2008

Prometo no olvidarlo nunca...

Pegadiza es poco. Tenía tanto que darte, de Nena Daconte.

lunes, 8 de septiembre de 2008

El peligrosísimo juego del Sí / No

Ese día, los niños estaban encantados. La niñera les había enseñado un juego nuevo, el juego del sí-no: el que la queda hace preguntas que no deben ser respondidas con o no, que son las palabras prohibidas.

Aquella tarde llevaban un rato largo jugando a eso en la piscina. La orgullosa niñera había visto cómo otros niños desconcidos se iban añadiendo al grupo y se divertían con el mismo juego.

- ¿Iríais conmigo a Disneyland? - preguntaba ella.

- ¡Por supuesto!
- Quizás...
- ¡Pues claro!

De vez en cuando, alguno se equivocaba y lanzaba un rotundo NOOO o un entusiasta ¡SÍ! Entonces, los demás reían. La niñera no se imaginaba el peligro potencial que escondía ese inocente juego...

La tarde estaba tranquila, así que hasta el socorrista se acercó a ver a qué jugaban esos niños. Pronto ya estaba jugando con ellos.

La quedaba uno de los niños mayorcitos. Ocho años y mucho descaro. Con determinación, señaló al socorrista.

- ¡Tú, socorrista! ¿Te gustaría que te pagaran más por tu trabajo?*

Y así fue como la niñera deseó que la tierra se la tragara.

*La respuesta del socorrista fue "Probablemente".

domingo, 7 de septiembre de 2008

Sinceridad infantil

Mi prima Carmen tiene 5 añitos y es lista como ella sola. Esto me lo ha contado mi hermana Clara. Contexto: mi hermana y mi prima se encuentran con el cartero en la puerta del bloque.

Cartero: - ¡Hola! Yo a ti te conozco.

Carmen: - Ah, ¿si?

Cartero: - Sí. ¿A que tú te llamas Carmen Pérez López? (Por ejemplo)

Carmen: - Sí...

Cartero: - ¿Sabes cómo lo sé? Yo es que soy adivino.

Carmen: - No.

Cartero: - Ah, ¿no? ¿Y entonces qué soy?

Carmen: - ... El cartero.

jueves, 4 de septiembre de 2008

Vintage


Brighton, agosto de 2008.

See you in Churchill Square


Ya estoy de vuelta, y me gustaría escribir la típica entrada-balance. El problema es que no sé por dónde empezar... Hay demasiados puntos de vista desde los que analizar mi estancia en Brighton. Así que voy a seguir el método cartesiano y voy a desmenuzar el asunto:

- Académicamente, he tenido la suerte de que en mi curso se trabajaba mucho vocabulario, que era lo que yo buscaba. Quien buscara gramática no la ha tenido, al menos en mi clase. ¿Considero que he aprendido? Sí. Mi meta principal era tener más fluidez hablando inglés en situaciones cotidianas, y eso lo he mejorado.

- Culturalmente, me ha parecido curioso darme cuenta de que los ingleses pueden ser extremamente rude o empalagosamente polite. No tienen término medio. He presenciado una pelea entre un autobusero y una mamá. "¡Podría escupirte en la cara!", decía la mamá. "¡Sí, escúpele, vamos mamá!", decían las niñas, de no más de 7 años. Me impactó.
Igualmente me impactó que hasta el cani más cani (aunque no es una especie que se estile mucho en Inglaterra) le dice "Thank you" al conductor cuando se baja del autobús.

Otra observación antropológica: las inglesas tienen el termostato cambiado. Si no, no me explico cómo pueden salir de noche con shorts y escotazos que dejan al descubierto el 85% de su cuerpo cuando yo me estoy muriendo de frío bajo 4 ó 5 capas.

Por último, y esto ya va completamente en serio, si hay algo en lo que admiro profundamente a los ingleses es en que han superado el miedo al qué dirán. No están cohibidos por los demás, como lo estamos nosotros (aunque creamos que no). No les importa hacer el tonto, de hecho no les hace falta estar borrachos para hacer el tonto. No se preocupan de que el de al lado los vaya a juzgar por hacer X o Y, y la cuestión es que al de al lado le importa un pito todo!! En contra de lo que nos queramos hacer creer a nosotros mismos, me he dado cuenta de que en España estamos aún muy muy cohibidos. Tenemos un sentido del ridículo desproporcionadamente grande que en más de una ocasión nos impide hacer lo que nos sale del alma.
Me gustaría ser un poco más inglesa en ese sentido.

- Personalmente, estas tres semanas han supuesto un período de crecimiento personal. He tenido la suerte de conocer a personas maravillosas de las que he podido aprender muchísimo. Me he reído como nunca en mi vida con ellos, y he pasado esa clase de momentos en los que sientes que tu vida merece la pena. Como siempre, me ha faltado tiempo para echarlos de menos.

El mundo es un columpio


A mí me enseñó mi hermana. Probablemente sería verano, éramos muy niñas y en aquel momento, las indicaciones precisas para saber columpiarme me parecieron un tesoro que mi hermana mayor me regalaba, una especie de secreto, una fórmula mágica.

Hoy he enseñado yo a un niño a columpiarse. Puede parecer trivial, lo sé.

Él me pidió por enésima vez que lo empujara en el columpio. Pensé que ya era mayorcito...

- Mira, voy a enseñarte. Lo único que tienes que hacer es estirar las piernas cuando vayas hacia adelante, y encogerlas cuando vayas hacía atrás. Venga. Estira... encoge. Estira... encoge. Estira y encoge también la espalda, a la vez que las piernas. Venga, más fuerte. Estira... encoge.

Aunque él iba haciendo los movimientos, yo le seguía dando empujoncitos, para que no se parara.

Él apretaba los labios, tenía el ceño fruncido. Le estaba costando trabajo ese esfuerzo de coordinación... pero poco a poco comenzó a ganar altura. Dejé de ayudarlo desde atrás. Le cambió el gesto cuando me oyó decir:

- Ya lo tienes, ¡ya estás tu solo! Estas cada vez más alto, ¡ya has aprendido!

- ¿Ya? ¡Qué fácil! ¡Que chulo es con este truco!

Y no se quería bajar, así que me senté en la hierba a mirarlo mientras pensaba... Me di cuenta de que sentía una punzada de orgullo, y me reí de mí misma: qué absurdo, ¿no? Solo le había enseñado a columpiarse... En ese momento pensé lo gratificante que tiene que ser para un padre enseñar a su hijo a crecer, a vivir, a hacer cosas mucho más importantes que columpiarse. Enseñarle a convivir, a amar, a compartir,... y verle avanzar, al principio con la ayuda paterna, y luego por sí mismo.

Supongo que el mundo es un columpio, alguien tiene que subirte y enseñarte a columpiarte. Pero siempre es más fácil si ese alguien se queda un rato detrás, dándote empujoncitos, hasta que tú ya sabes cómo hacer para llegar hasta lo más alto por ti mismo.